Alquilar un espacio amplio, darle una mano de pintura, contratar wi-fi e instalar sillas y mesas es relativamente sencillo. Ahora, conseguir que ese espacio funcione como coworking ya no lo es tanto.
En primer lugar, es básico conocer al usuario potencial al que se orienta el proyecto. Qué tipo de profesionales y emprendedores podrán emplear ese espacio. Y ser muy conscientes de las necesidades laborales, creativas, sociales, formativas y anímicas de quienes van a hacer uso de ese espacio.
Los tiempos cambian y las maneras de trabajar en todo tipo de oficinas también. Especialmente en aquellas en las que confluyen personas de empresas, procedencias, profesiones y edades diversas compartiendo un mismo espacio.
Mucho ha llovido desde que en 1999 naciera en Nueva York el primer coworking de la historia, el 42 West 24. Hoy en día, el espacio de trabajo ya no puede concebirse únicamente como una zona en la que se instalan puestos operativos. Así que los metros cuadrados no pueden calcularse únicamente por las sillas y mesas que puedan acoger. Es necesario pensar más allá.
Espacios distendidos que permitan conectar a los usuarios, mantener reuniones informales, conversaciones amigables taza de café en mano e incluso de pie, que se complementen con una zona para la hora de la comida y un área en las que poder organizar una presentación o un curso formativo en caso de necesidad.
En el caso del coworking, además, en los que el contacto personal es constante también puede ser necesario contar con una zona que favorezca la concentración y la privacidad, en momentos concretos.
Sillas de oficina ergonómicas y mesas técnicamente avanzadas se conjugan con mobiliario versátil para espacios comunes y de formación y colecciones de soft-seating capaces de promover la comodidad en los momentos informales. Ese diseño innovador y polivalente en el interiorismo y el mobiliario de coworking pueden ser la clave del éxito.
Y si las dimensiones del espacio lo permiten, dos espacios interesantes que permiten desprenderse del trajín diario y abrir la mente a proyectos nuevos pueden ser una sala de música e incluso un área de juegos, en las que las mesas de ping pong o un futbolín puedan ser la chispa que alumbre ideas nuevas. Y lograr que los coworkers creen comunidad y sean felices en el espacio que comparten durante sus horas de trabajo.